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¿Dónde aprieta más el corsé?

  • 14 min read
Corsé, verdadera tortura.

¿Alguna vez usaste un corsé? No uno ortopédico, para escoliosis, sino el que te afina la cintura. Como el que lució Kim Kardashian en la Gala MET del 2019. Según ella, necesitó la ayuda de tres personas para ponérselo, y lo calificó como una de las peores experiencias de su vida, causante de un dolor atroz. Una verdadera tortura para el cuerpo. Aún así volvió a usarlo. ¿Por qué se somete a algo tan desagradable y doloroso? Muy simple, porque con esa cintura estrecha y caderas anchas creó un modelo de belleza, que lleva años explotando. Y, por supuesto, consigue la, tan deseada, admiración masculina.

 

Siempre juzgadas

 

Los hombres siempre nos han querido bellas, controlables y sumisas. Este deseo masculino se representa perfectamente en la novela «Las mujeres perfectas» de Ira Levin. Probablemente suene más familiar la versión cinematográfica, protagonizada por Nicole Kidman. La historia transcurre en un lugar donde la perfección es lo normal. Todas las mujeres son prácticamente iguales y actúan de manera similar. Todas son bellas y complacientes con los hombres, «hechas a su medida».

¿Por qué asumimos los cánones de belleza que nos impone la sociedad, al punto de sufrir verdaderas torturas físicas? Lo hacemos porque, al sentirnos bellas, creemos tener cierto poder sobre los hombres. Esos que, durante siglos, han creado los modelos de belleza femenina a través de la pintura, la escultura, la fotografía, el cine, etc. Y que han invertido en la carrera de modelos y actrices, los que organizan concursos de belleza, que dirigen la industria de la belleza, de la moda, clínicas de cirugía estética…

Ellos han juzgado nuestra apariencia en todas las épocas. El escritor sirio Luciano de Samósata, (125-192), lo expresaba claramente en Amores (diálogo escrito en griego antiguo): «Quien observe a las mujeres levantarse de la cama a primera hora de la mañana, las encontrará feas como simias. He aquí la razón de por qué se encierran esmeradamente en su casa y no se hacen ver por ningún hombre».

 

Modificaciones, reconstrucciones y torturas en nombre de la belleza

 

La primeras intervenciones de cirugía plástica quedaron recogidas en el papiro egipcio de Ebers que data de 1500 años antes de nuestra era. La belleza corporal y especialmente la del rostro, es, ha sido y será un ideal de la Humanidad en todas las épocas.

Los hombres primitivos se sometían a terribles torturas del cuerpo. Ejemplo de esto eran los fresados, limados y engarces artísticos para lucir unos dientes puntiagudos o triangulares, incrustados con piedras preciosas, con el sólo objetivo de realzar la belleza. Sea cual sea el concepto de belleza que se tenga, la raza humana soporta los más atroces sufrimientos para hermosearse a su modo de ver.

En la sociedad griega y en la egipcia eran comunes las esclavas dedicadas exclusivamente al cuidado de la belleza de sus amos. Y en la antigua Roma, la estética representó una verdadera obsesión, tanto para las mujeres como para los hombres.

Como norma general los hombres romanos sólo se acostaban con mujeres totalmente depiladas. Debido a esto existían varios procedimientos para quitar el vello corporal. El más común era lento y doloroso: la depilación con pinzas de metal, forcipes aduncae. También debió ser desagradable el raspado con piedra pómez.

Otra tortura fue el peinado. Las mujeres de la aristocracia romana permanecían durante varias horas bajo las manos de sus peluqueras, las ornatrices Los hombres por su parte lo rizaban con el calmistro, un hierro candente.

Algunas se sometían a una reconstrucción de nariz. En este caso se trataba de adúlteras y ladronas, que eran castigadas amputándoles la nariz. Esta práctica era habitual no sólo en Roma, sino también en la cultura hindú. Se operaban además, los ojos, los labios y la dentadura.

 

Siempre sometidas

 

Hemos estado sometidas de distinta formas: a través de la castidad, de la maternidad, la domesticidad, la pasividad y ahora más que nunca por el yugo de la belleza. Sin darnos cuenta aceptamos esa especie de sumisión psicológica, que nos lleva a hacer modificaciones en nuestro cuerpo.

Siempre hay una obligación, un eterno imperativo. Puede ser: no engordes, no vayas desarreglada, no envejezcas, sé joven, sé bella…

Desde que el cuerpo se convirtió en objeto de culto, nos han manipulado, haciéndonos creer que una de nuestras primeras obligaciones es la de estar bellas y deseables a toda hora. Y gran parte de nuestro tiempo, dinero y energía lo invertimos para alcanzar este objetivo. Y no nos detenemos a pensar en el costo psicológico que conlleva, al nunca haber una satisfacción plena.

Siempre la industria de la belleza te hace ver nuevos «defectos» que arreglar, aportando nuevas soluciones. Te hacen odiar partes de tu anatomía, esa que no es «perfecta» y vivir con algún tipo de complejo que afecta tu vida de algún modo. Y seguimos en esa dirección de cuidados cosméticos, esfuerzos por adelgazar, transformaciones mediante cirugías, sin nunca alcanzar la meta deseada.

 

Mujer joven observando su imagen desnuda en un espejo.

Las redes sociales aumentan el sentimiento de inseguridad con su cuerpo en los jóvenes.

 

Todos se constriñen en una tortura perenne

 

¿Te gustaría tener un aspecto enfermizo? Seguramente no. Pues, este era el mayor deseo de las mujeres en la época victoriana. Lo intentaban bebiendo vinagre, aplicándose belladona (un veneno) en los ojos. Con esto conseguían que se vieran rojos y lacrimosos. Ese aspecto tuberculoso era «lo bello» en ese entonces.

En otras épocas y lugares los métodos han sido igual de peligrosos o más:

El «loto dorado» en China

Esta práctica terriblemente dolorosa desfiguró los pies de millones de niñas y mujeres por siglos. Se conseguía con la combinación de la fractura de los huesos de los dedos doblados, la putrefacción de la carne y la curvatura extrema y antinatural del arco del pie. Esta deformación afectaba toda la columna. Al dificultar el movimiento, la mujer quedaba recluida al ámbito doméstico.

El corsé del siglo XIX

Esta pieza oprimía la caja torácica hasta extremos impensables, produciendo desmayos y malformaciones óseas. Su uso le causó numerosas enfermedades a las mujeres decimonónicas. Esa excesiva presión sobre sus cuerpos afectaba órganos internos, como el hígado, los pulmones e incluso desplazaba el útero.

Los aros alrededor del cuello

Las padaung (mujeres de cuello de jirafa) forman parte de una minoría étnica de Birmania. Desde la edad de 5 años, se colocan este adorno de latón en espiral que rodea su cuello. Este va presionando poco a poco la clavícula hacia abajo, mediante la adición de anillos, haciendo que parezca que tienen el cuello más largo. Nunca se los quitan. Mientras más largo el cuello, mayor será el atractivo para los hombres de la etnia.

 

Entre los años 80s y 90s, las padaung huyeron al norte de Tailandia.

 

El plato labial

Aunque muchos pueblos han dejado de usarlo, aún hay mujeres del pueblo mursi (tribu africana de Etiopía), que usan el plato labial, símbolo de belleza y de resistencia, que consiste en un gran agujero en el labio inferior donde ponen un disco de madera. Estas culturas consideran que cuando el labio es más grande más atractiva es la mujer. Tanto es así que si una niña se rompe el labio nunca se casará porque no tendrá atractivo para los hombres.

La peligrosa burka de las afganas

Esta es una cárcel de tela impuesta por los hombres a las mujeres, obligadas por ley a ocultar su belleza. Una prenda, que por cierto, puede pesar hasta siete kilos y crea problemas graves en la piel por la mala transpiración. Un símbolo de sumisión, que restringe el papel de la mujer en la sociedad, las limita, dificulta sus actividades y les impide comunicarse. Además, sufren por esta causa diversos tipos de males asociados con la falta de vitamina D, osteoporosis y varios tipos de cáncer.

Hay muchas otras formas de violentar el cuerpo. Las mujeres de Nueva Guinea se atraviesan con una espina de pez las aletas nasales y el tabique (septum). Más drástica aún eran las deformaciones craneanas, realizadas a bebés mediante tablones, vendajes y aplicación de fuerza, usado por culturas indígenas latinoamericanas. Y más aberrante aún y todavía en uso es la práctica de la mutilación genital. ¡Imposible concebir una peor tortura corporal!

No estamos muy lejos de prácticas como estas, cuando ponemos en peligro nuestra salud en busca de un inconstante modelo de belleza corporal. Algunas se quitan costillas para conseguir una cintura de avispa, otras se cortan el dedo meñique del pie para poder caminar cómodamente con tacones altísimos.

 

Los tacones altos pueden causar daños permanentes en las piernas y la espalda. También sufren con su uso las rodillas y los tobillos.

 

Las mujeres creemos que por controlar nuestros cuerpos, podemos escapar del círculo pernicioso que surge de la sensación de nunca ser suficientemente bellas como se requiere. Resulta paradójico que muchas se sientan empoderadas con estas prácticas de belleza, que en cambio, las constriñen y esclavizan.

 

Tortura que puede llevar a la muerte…

 

No sólo las mujeres vivimos esclavas de una imagen de belleza ideal. Hay hombres y hay chicos que también sufren esa opresión.

Hace apenas unos días, murió el influencer Ethan Peters, con tan sólo 17 años. Él era famoso por sus tutoriales de maquillaje y sesiones de fotos. Este chico que se consideraba a sí mismo una obra de arte, vivió desde los 12 años obsesionado con la belleza. Desde esa tierna edad no paraba de generar contenido para las redes sin descanso.

Ethan publicaba cada año una foto de cuando era un niño (apenas unos años antes). La mostraba junto a una reciente, para que sus seguidores pudieran comparar cuánto había cambiado, y que ya no era ese niño feo. Algo inaudito para quien las ve. En ellas se aprecia simplemente dos versiones diametralmente opuestas de un mismo ser. De un lado un niño hermoso, con la inocencia y naturalidad propias de su edad. Y del otro, un joven que seguía y exaltaba el modelo de belleza actual, con cambios drásticos en todo su cuerpo y un vacío inmenso en su alma.

De hecho, su última publicación, un día antes de morir, fue precisamente un «antes» y un «después» de sí mismo. A pesar de su vanidad, muchas veces se preguntaba: «¿soy feo?». Otras veces, durante algún viaje, hablaba de lo aburrido que estaba y le preguntaba a sus seguidores cómo eran sus vidas, qué hacían para divertirse.

Estaba tan entregado a este mundo de la moda y de la belleza, que sus sesiones de maquillaje le tomaban cada vez más tiempo. En una de estas sesiones, él declara que pasó 8 horas para completar su arte (desde las 11:00 p. m. a las 7:00 a.m.). Era muy perfeccionista. Teniendo una belleza natural, nunca estuvo seguro, ni conforme con su rostro. De hecho, lo modificaba con bótox y rellenos en la mandíbula y la nariz.

Lo que nadie pudo notar, ni siquiera sus fanáticos seguidores es que lo que Ethan escribió el 27 de marzo en su Instagram, era un grito de desesperación, un pedido de auxilio. Ese día habló de cuán estresado y cansado se sentía. Dijo que deseaba poder apagar su teléfono, su cerebro, todo, por una semana. Probablemente esa fuese la causa de su consumo del opioide que le causó la muerte.

Deseaba parar, deseaba disfrutar mirando otras cosas… Pero, no podía, porque su vida estaba por completo en su teléfono. Calculaba que unos días de descanso equivalían a tres videos que no grabaría. Y, eso no podía concebirlo. Necesitaba la admiración y adulación constante de sus seguidores. Tenía que continuar publicando su rostro maquillado, para que le confirmaran día a día que era bello.

 

Ethan Peters, joven influencer que murió.

En diciembre del 2016, siendo un niño aún, Ethan declaró: «Nunca pensé en llegar tan lejos».

 

¿Dónde aprieta más el corsé?

 

Querer vernos bien no es un problema. El problema es cuando sólo te mueve la vanidad y sufres por ello. En lugares como Corea del Sur, los estándares de belleza son muy rígidos. Es el país más obsesionado con la belleza y con la tasa más alta de cirugías plásticas. La presión sobre las mujeres es aplastante, como un corsé opresivo y brutal. Son bombardeadas con anuncios en los autobuses, el metro y la televisión.

El 80% de las coreanas que se somete a un procedimiento estético no se siente conforme con el resultado. Nunca es suficiente, siempre falta algo por cambiar para ser lo suficientemente guapas. Algunas se han salido de este camino convencional de belleza obligatoria y se han unido al movimiento «Escapa del corsé». Son mujeres buscando la libertad de expresarse, de salir a la calle sin maquillaje, de mantener sus rasgos asiáticos.

 

Modelo imposible

 

¿Por qué estás descontenta con tu nariz, con tus labios, con tus senos, con tus nalgas…? ¿Con quién te estás comparando?

 

Mujer joven se mira al espejo descontenta con su cuerpo.

Las imágenes perfectas de las famosas en las redes sociales, hacen que muchas jóvenes sientan la necesidad de transformar su cuerpo.

 

Lo que los medios transmiten y propagan en todo lo concerniente a la belleza llega a convertirse en patrones a seguir. Y las personas se sienten impelidas a asumir este prototipo estandarizado y, atrapadas por la moda, se someten a tratamientos, soluciones quirúrgicas, dietas… Y todo esto se convierte en una filosofía de vida.

Ya no está bien ser normal, ser tú… se busca ser perfecto. A la manera de las reinas de belleza, las modelos y actrices famosas. Con cara ovalada a la que se le retiran las mejillas regordetas (bichectomía), labios voluminosos (por los implantes y rellenos), ojos agrandados, sin ojeras ni arrugas (blefaroplastía), nariz respingada (rinoplastía), tetas grandes y redondas (prótesis), glúteos descomunales (implantes, sustancias de relleno)… y una lista interminable de modificaciones.

Hombres y mujeres son presa del culto al cuerpo. Admiran a quienes exhiben una belleza escultural, sin importar que estén operadas, o que sus imágenes sean retocadas. Para muchas, pensar: «quiero agrandarme las tetas», «quiero unos labios como los de Angelina Jolie«, «quiero el trasero como Kim Kardashian«, «quiero un cuerpo fitness», es una necesidad vital, un deseo normal y cotidiano. No ven la tiranía oculta detrás de este consumo de «belleza» desenfrenado.

La perfección es una fantasía que está en la mente de cada persona  y se alimenta de imágenes idealizadas. Imágenes que cambian con los tiempos y los lugares. En la actualidad esta perfección irreal aumenta constantemente sus exigencias. Cualquier diferencia con el modelo es considerada un «defecto» que se debe corregir. Sin tener presente que los cánones de la belleza, por lo general no coinciden con los cánones de la salud.

Tu cuerpo no es la única verdad de tu ser, ni tu único espacio personal de decisión y acción. No es tu empresa personal. Si te dedicas sólo a estar bella, caerás en la trampa que te tiene preparada el mercado de la belleza. No dejes que te impongan ese esquema regulador. No es una obligación ser «bella» y mucho menos seguir un patrón estético dominante y moldearte a imagen y semejanza de otra mujer. Despójate de la idea de que hay que encajar en una silueta única y quitar o añadir para llegar a ser una «mujer de verdad».

El corsé ha apretado siempre, en todas las sociedades y en todas las épocas. Pero eres tú la que te lo pones, al ser esclava de tu propia imagen. Sal de ese estrecho corsé mental que has creado. Muéstrate tal y como eres, sin sentir vergüenza de tu cara, de tu cuerpo, de ser MUJER.

 

 

 

 

 

 

 

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