Desde los mismos orígenes de la humanidad la búsqueda de la belleza ha sido una preocupación esencial del hombre. Es una constante en todas las civilizaciones. Y más aún en la actualidad. Los cosméticos se usan desde la antigüedad.
Las mujeres a veces nos excedemos en el uso de productos de belleza, al no ser conscientes de que ponemos en riesgo nuestra salud. Compramos sin leer las etiquetas y certificaciones de los productos que salen al mercado constantemente. Consumimos sin darnos tiempo para informarnos sobre la composición de todos y cada uno de los productos que usamos.
La verdad es que a muchos el mundo de la química se nos presenta muy complejo. Hay tantos factores a tener en cuenta, que a veces nos perdemos. Y, ahí es que está el riesgo, porque algunos de estos productos no cumplen las normas establecidas de calidad y seguridad. Están hechos con sustancias prohibidas o restringidas. Otros contienen sustancias en concentraciones superiores a las habituales o permitidas, o no se han fabricado en las condiciones adecuadas.
Debemos tener cuidado con la cantidad de maquillaje que nos aplicamos, recordar retirarlo completamente antes de acostarnos y al comprarlos que sean hipoalergénicos y no comedogénicos (que no tapen los poros).
Todo en exceso es malo. Esta frase me recuerda la película «La increíble mujer menguante» (The Incredible Shrinking Woman, 1981), donde la protagonista, después de exponerse a la combinación de los químicos de varios productos, comienza a encogerse hasta volverse diminuta y tener que vivir en la casa de muñecas de su hija. Esto, por supuesto que es ciencia ficción, y nada así nos podría ocurrir. Pero, es un recordatorio de lo malas que pueden resultar algunas combinaciones de químicos y de que menos es más en asuntos de belleza y cuidados de la piel. También de que deberíamos apostar por lo natural.
Usar productos naturales en la piel o el cabello no es cosa de esta época. Ya en las civilizaciones antiguas se hacía. ¿Llevar tus cosméticos a «la otra vida» como lo hacían los egipcios te parece exagerado? ¿Te bañarías en leche de burra como Cleopatra o en leche de oveja como Popea, la mujer de Nerón?
Para los egipcios eran habituales los cuidados de belleza, todos llevaban cosméticos de la cabeza a los pies. Usaban henna para dar color y belleza al cabello. Aceite de ricino para combatir su caída. Exfoliantes a base de aceite, sal y polvo de alabastro (piedra blanca parecida al mármol). También tenían cremas antiarrugas y se depilaban completamente. Los barros del Nilo se usaban como mascarillas faciales. Utilizaban aceites para hidratar y abrillantar la piel. El kohl, (galena molida, o sulfuro de plomo y otros ingredientes) es la sustancia con la que lograban esos ojos contorneados en negro, que los caracteriza. En los labios polvo de hematita (un mineral con gran contenido de hierro).
La piel de porcelana de chinas y japonesas se debe al polvo de arroz que usaban para blanquear el rostro. En Japón las geishas usaban lápices de pétalos aplastados de cártamo (planta de la familia de los cardos) para las cejas y las comisuras de labios y ojos. Los dientes eran ennegrecidos (Ohaguro) con una mezcla creada al disolver limaduras de hierro en vinagre (kanemizu). Se volvía negra cuando se combinaba con polvo de agallas del Rhus chinensis (fushi). Este producto no era barato, por lo que se sustituía el fushi por ácido sulfúrico, concha de ostra, arroz fermentado, metal oxidado y vino de arroz. ¡El olor debe haber sido espantoso!
(Algo similar, pero por diferentes motivos, hemos visto en estos días en las redes sociales. Muchos influencers han compartido fotos y vídeos con los dientes impregnados de una pasta de color negro. Algunos afirman que tienen dientes más blancos gracias a este producto. Se trata de carbón activado, cuyo principal uso es para tratar envenenamientos. Aunque sí puede eliminar manchas superficiales, es un riesgo innecesario para la salud dental. No es recomendable su uso, porque sus efectos adversos son demasiados).
Las mujeres griegas se aclaraban la piel con albayalde (carbonato de plomo) y el pelo con manzanilla. El albayalde mezclado con miel se usaba como mascarilla que mantenían toda la noche y por el día. Después de lavarse, se aplicaban otra capa de esta mezcla pero más diluida. También usaban bermellón (pigmento rojo brillante que se obtiene moliendo cinabrio, un mineral compuesto de mercurio) en las mejillas y los labios. Los romanos blanqueaban sus dientes con polvo de piedra pómez y usaban mucha lanolina, agua de rosas y cera de abejas para la piel.
Muchos de esos productos usados en el pasado contenían mercurio o plomo, por lo que eran altamente tóxicos. Actualmente para ser comercializado un cosmético debe contar con un registro sanitario, que se tramita ante el organismo correspondiente en cada país. Pero, aunque se usan ingredientes menos dañinos, algunos pueden ser muy perjudiciales para la salud, si la exposición a ellos es diaria, pues los efectos se acumulan.
Hay normas generales dictadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y en Europa los cosméticos están regulados por el Reglamento 1223/2009 que entró en vigor en el 2013. Si hay cosméticos seguros, son los de la Unión Europea.
En los últimos años ha sido fuente de controversia el uso de parabenos, sulfatos y siliconas, muy comunes en la cosmética tradicional. La efectividad de estos agentes limpiadores, conductores o suavizantes es muy difícil de igualar con ingredientes naturales. Pero, el auge actual de la cosmética verde supone una ineludible vuelta a los ingredientes naturales. También es un llamado a la conciencia de cada ciudadano del planeta.
Estamos viendo una cosmética más responsable y respetuosa con el medio ambiente. No cabe duda de que hay que cambiar la manera en la que producimos y consumimos. La sostenibilidad es una necesidad, no es cuestión de moda. La tendencia actual es a una cosmética natural, orgánica y ecológica. Aunque hay mayor demanda de este tipo de cosméticos, hay también mucha confusión.
Un producto cosmético puede contener ingredientes naturales, pero no ser ecológico, o puede ser tan mínimo su contenido que no surte ese efecto «beneficioso» que promete o que se espera. Cualquiera puede usar los términos «natural» y «ecológico» en un cosmético. Por eso es importante conocer los sellos y las normativas privadas que regulan estos productos y saber qué certifican.
Por ejemplo, un producto de belleza se certifica con el estándar «COSMOS ORGANIC», si como mínimo el 95 % de los vegetales que contiene son ecológicos y hay como mínimo un 20 % de ingredientes ecológicos en la fórmula. Y, debe recibir además la aprobación por escrito del cumplimiento del estándar COSMOS (estándar privado mundial) por parte del organismo de certificación francés ECOCERT. Este también dispone de la etiqueta «COSMOS NATURAL».
Además de ECOCERT y COSMOS tenemos a BDIH, en Alemania; COSMEBIO en Francia; SOIL ASSOCIATION, en Reino Unido; AIAB/ICEA, en Italia y NATRUE entre otros.
Todas estas normas anteriores son privadas, cada una con sus particularidades pero, no contamos con una legislación a escala internacional que regule la cosmética econatural. Nos encontramos en el mercado con sellos que indican «ingredientes 100 % naturales» que no tienen una certificación acreditada. Hay que aprender a distinguir entre lo que está certificado y lo que no. Muchas marcas se aprovechan de nuestro desconocimiento y con su «marketing del miedo» nos confunden más. De este modo caemos en sus redes, dando crédito a sus productos y «fórmulas milagrosas».
Actualmente se hace énfasis en la atención integral personal, en que las personas administren la propia salud con criterio, en usar productos más seguros. Al comprar un producto cosmético no sólo esperamos que esté libre de tóxicos, sino que además no haya sido probado en animales. Realizar pruebas de toxicidad en animales, aunque fue prohibido, se sigue realizando. La ley exime a las marcas que no cuentan con un sistema alternativo fiable y les extiende el plazo hasta el 2023.
Las firmas que están 100 % libres de tóxicos y no testan en animales tienen el logo de un conejo en el envase y el controversial sello «cruelty free». La eficacia y seguridad de nuevos productos se garantizan con análisis en voluntarios o «in vitro» (sobre muestras). Ya hay empresas que trabajan sobre modelos que reconstruyen la piel humana en el laboratorio. La UE y la comunidad internacional, con ayuda de los avances tecnológicos, trabajan en el desarrollo de métodos fiables de experimentación sin animales.
Los cosméticos naturales deben ser una alternativa a los convencionales y no un simple argumento de «marketing verde». Es fácil dejarse embaucar por la engañosa publicidad de algunas marcas. Es decisión de cada quien a qué darle más importancia.
Por ejemplo, si lo que buscas son productos con un equilibrio entre lo natural y lo efectivo, encontrarás marcas como drunk elephant. A esta marca lo que le importa es que cada ingrediente sea seguro y eficaz, no si es natural o sintético. Usan solo ingredientes biocompatibles, que benefician la salud de la piel. La línea no usa aceites esenciales, alcoholes secantes, siliconas, filtros químicos, fragancias, colorantes, SLS. Este enfoque de formulaciones que no tienen que oler bien pero, sí estar libres de productos irritantes se está generalizando.
Llama nuestra atención una marca que a uno de sus productos (el corrector) le pone nombres de mujeres fuertes, valientes e inteligentes. Mujeres que han luchado o luchan por el medio ambiente, por la paz y por los derechos de los más desfavorecidos.
Se trata de Saigu Cosmetics, que busca la sostenibilidad en todo el proceso de producción y distribución, controlándolo al 100 % (desde el origen de los ingredientes hasta la producción y el envasado). Todo se hace en su localidad, con lo que impulsan la economía de la zona. Saigu no usa en su publicidad el «cruelty free», ni el «toxic free». Prefieren hablar con lujo de detalles de cómo son sus productos, en lugar de cómo NO son.
Contamos con otras firmas comprometidas con el cuidado del medio ambiente como por ejemplo: The Body Shop, Lush, AVEDA, APIVITA, Mádara, Tata Harper y APoEM.
En fin, la cuestión de si hay toxicidad o no en los cosméticos (o en algunas marcas) es un punto muy controversial. Tal vez, vamos bien si nos guiamos por el sentido común, como hacían nuestras abuelas. Todo puede ser tóxico dependiendo de la dosis. Si te aplicas maquillaje cada día durante varios años no estás dejando que tu piel respire. Tus poros se obstruyen y es lógico que se reseque y aparezcan las odiadas arrugas.